“Hacer un centro comercial y hacer arquitectura no es fácil, algunos arquitectos lo han intentado y casi todos han perecido en el intento” – Luis Fernández Galiano
Gamarra es el mayor símbolo físico del progreso de los migrantes en Lima y uno de los cambios más sustanciales que ha sufrido esta ciudad con ellos. Las galerías de este emporio comercial son muestras palpables de esta transformación. Moles de vidrio y ladrillo sin tarrajear, supuestamente informales, que muchas veces desde la academia se desdeña como arquitectura comercial popular, en parte para excusar nuestra inercia en este mercado y lo poco que sabemos de él.
Por otro lado, desde la arquitectura académica formal, entendida como “Estudios de Arquitectura”, también se han desarrollado edificios comerciales en contextos similares y, como parafraseo al inicio, son pocos los que a mi juicio han tenido respetables resultados. La torre de Gamarra del arquitecto José Atuncar (2010) nos puede hacer dudar de algunos prejuicios que poseemos contra la arquitectura comercial que a veces consideremos frívola, excesiva, sin contenido, de diseño limitado o poco intelectual y que en mi opinión merece valores arquitectónicos. Valores que he querido resumir pecando de efervescente y usando la “triple B” peruana, como un edificio “bueno” y “bonito” desde un ejercicio profesional a veces considerado intelectualmente “barato”.
Si usted visita Gamarra puede comprobar cómo el éxito de este emporio ha convertido edificios residenciales en galerías y la Torre de Gamarra, con sus 17 pisos, también es parte de este proceso. No, no se ubica donde antes había una vivienda, pero sí donde había una pequeña iglesia. Este desplazamiento representa la primera falencia del proyecto debido a que la torre repite los usos comerciales aledaños y despoja una actividad que diversificaba Gamarra, no reubicándola ni dándole espacio alguno en sus pisos superiores. Todo esto es parte del fenómeno de desplazamiento por presión del suelo en Gamarra que es de suma importancia señalar y resolver, pues ya no hay vecinos que paseen al perro, que compren en bodegas o que salgan a pasar el rato por las noches o mañanas, convirtiéndose en un problema de inseguridad. Aunque, hay que reconocer que, a diferencia de galerías aledañas, el edificio propone además de sus tiendas y talleres, un restaurante mirador en el último nivel (actualmente clausurado) y un consultorio en el noveno nivel que diversificaban sus usos de manera tímida.
No ocultaré que lo primero que capturó mi atención del edificio fue su forma, simple y llamativa al mismo tiempo. Si usted tiene un amigo arquitecto podrá preguntarle cuán difícil es lidiar con un cliente empresario sobre cada metro cuadrado cedido por algún retranque o volado que quiera complejizar la forma de un edificio. Lo apreciable de la Torre de Gamarra es su división formal en 4 cuerpos que intentan tener independencia programática y reflejar lo que sucede ahí dentro: un basamento comercial para los comercios hacia la calle, unos pisos superiores de galerías vitrina para exhibir, el cuerpo superior de pasadizos con talleres detrás y finalmente un remate en lo alto con el desaparecido restaurante mirador.
No podemos dejar de lado el cilindro que se genera en la esquina dentro de todos los cuerpos del edificio. Sin duda, es el elemento que define la morfología de la torre y lo hace reconocible desde todos los puntos del “Parque” Cánepa. Así, deja de ser un bloque anónimo para constituirse con simples recursos arquitectónicos en un hito. Es cierto, el mayor referente es el “parque”, que de parque no tiene mucho, pero cuando quieres referirte a un punto específico de él, la Torre de Gamarra “no tiene pierdes”.
Sin embargo, no debemos de olvidar que el gesto del cilindro no está del todo resuelto ya que éste deja al menos dos tiendas por piso con una forma rara y poco funcional. Además, el cilindro marca un eje importante en la esquina del edificio que te indica entrar por debajo de éste, aunque los accesos se encuentran en otros puntos. El trabajo de la carpintería del edificio y los vidrios templados de la fachada también tiene cierto valor en la definición de la forma, aunque la fachada vidriada que da al oeste no tiene protección contra el sol, por lo cual el destello de luz enceguece a los trabajadores de los talleres.
Circular por los niveles de la Torre de Gamarra no es un evento para descubrir espacios impresionantes por todos lados. El mayor gesto espacial del proyecto es el vacío central que conecta visualmente todos los niveles, que no olvidaré decir que es pequeño y que junto al ascensor se percibe apretado. Aunque cuando uno mira hacia arriba o abajo del vacio central, no puede evitar sentir un divertido vértigo al apreciar la impresionante fuga acompañada de coloridas losas y remarcada por esas gigantescas columnas que vienen desde el sótano. Es cierto, la distribución es sosa. Hay edificios en Gamarra con mayor complejidad espacial y proporción de pozos de luz, pero también tengamos en cuenta, sin apañar al edificio, que estos triplican o cuadruplican la superficie de la torre.
Otro aspecto importante por el cual el edificio merecía valor era su restaurante mirador y como se accedía a este. Luego de tomar el ascensor panorámico en el primer nivel, subir abrumado por el estrecho espacio central y llegar al último piso, lo primero que uno apreciaba era un espejo de agua que reflejaba la ciudad. Podríamos catalogar esto como una secuencia de: parafernalia en la calle, opresión en el ascensor y liberación con el espejo de agua. Generar este espacio de calma y contemplación en un entorno tan caótico como Gamarra es algo que se hacía percibir tan necesario que merece ser devuelto o replicado.
La torre también posee dos cualidades inherentes a ella. Una, es su presencia como edificio vitrina llamativo en Gamarra, y esto se debe no sólo al diseño del edificio sino a su mismo emplazamiento. Como menciona Rem Koolhaas en una última entrevista para el diario El País (España, 2016): “El espectáculo lo consigue la densidad, la atmósfera y la naturaleza. Se suele decir que la arquitectura es solo el 4% de lo construido”. Haciendo un símil, es difícil imaginar la torre sin ese mar de gente que marca su zócalo, sin los logos y publicidad que “adornan” sus alrededores y sin los edificios aledaños que la bordean y hacen que tenga una imagen más potente. Así, la Torre de Gamarra se inserta en el imaginario popular de la ciudad, convirtiéndose en una verdadera postal del consumismo en el Perú moderno.
El otro aspecto inherente a la arquitectura del edificio, es lo que la torre retrata dentro del fenómeno de densificación comercial de Gamarra, y es que hasta hace unos años las galerías de Gamarra sólo buscaban constituirse como fábricas funcionales en altura, de primer nivel comercial y de fachada cerrada. No sé qué cambio social o de paradigma se cocina entre los empresarios y arquitectos de Gamarra, pero sus galerías están variando en sus cánones de construcción y estética. La Torre de Gamarra junto a otras galerías del damero muestran ese cambio: la imagen de edificio terminado, de medianeras pintadas, de fachada más abierta y el uso de detalles más limpios que en definitiva rompen con la imagen de edificio inacabado y en constante cambio, apartándose así del arquetipo de “arquitectura chicha”.
Es cierto, la torre de Gamarra no reinventa la tipología de galería y no marcará un antes y un después en la arquitectura comercial. No hay que olvidar que el edificio no está totalmente ocupado y que su restaurante mirador ha cerrado, pero aún se me hace difícil vincular estos al diseño del edificio cuando el emporio pasa por una de sus peores crisis donde los cierres de galerías y comercios son habituales. Sin embargo, la Torre de Gamarra es un buen aporte a la arquitectura comercial por su coherencia de forma, secuencia espacial e iconicidad. También es celebrable el edificio, sobre todo, por reconciliar algo tan poco exigente y a veces tan difícil de resolver como es la galería comercial con una profesión considerada actualmente prescindible, banal y a veces reducida a una “firmita” como la arquitectura. Espero pronto la reapertura de su último piso y poder acceder de nuevo a un espacio discutiblemente democrático como lo era su restaurante para empresarios y ver de nuevo cómo el sol se oculta por la Lima Tradicional desde uno de los nuevos símbolos de la Lima Emergente.
Nota: El presente texto obtuvo el primer lugar en el I Concurso Nacional de Crítica Arquitectónica, realizado en Perú, 2016.